viernes, 4 de febrero de 2011

Lo llamaban esperanzas.

Era agradable pensar en ti.

¿Sabes? Pasaba mucho tiempo diciendo, ella vendrá, ella es mi mejor amiga, si tuviera que besar alguna vez a alguna chica en la boca, sería a ella.
¿Por qué? No lo sé, el cariño de unos meses hicieron mucho. Más de lo esperado.
Es reconfortante verte, y decir, sí, ella sigue aquí.
Ahora pasea por unas calles chiquititas y a la vez inmensas, con adoquines de una época que marcó a este país. País de mierda donde nadie va a mirar a la izquierda o a la derecha por si le atropellan. Ella va, empezando desde atrás, frenando el coche y arrancándolo después. Baja lentamente una cuesta, y la sube como si de una llanura se tratase. No va a contracorriente, sigue las pautas indicadas, no se atreve a salir, vive en una burbuja de la que es difícil apartarse. Aunque ya no creo en sus posibilidades, dejó de sorprenderme de un momento a otro, sin más.
Te busco, y te encuentro. Me diriges ciertas palabras amables, me complaces con gestos amigables a través de una pantalla. En cambio, atiendes a tu nueva casa, a tus pensamientos, y no los compartes. Me alejo y te alejas.
Un poco de atención no es mucho. Un mensaje disminuye la lejanía. El tiempo y el orgullo la aumentan.
No sé nada, sólo sé que desde que un hecho se puede describir, va desapareciendo. Como aquella vez que te llamé mejor amiga, no sé si es inevitable, siento impotencia, no quiero que pase. Punto.
Aún así, ahora no es punto y final.